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Selección de Cuentos - Manuel Mejía Vallejo

EL FORASTERO

Había venido de lejos, todos lo sabíamos por su mirada.

—Fíjate, el que llegó.

Traía con él su mirada, como envuelto en ella, como si ella no le dejara ver. Pero observaba las calles empedradas del pueblo, sus balcones con macetas y muchachas, los zaguanes amplios, la sombra que el sol arrojaba contra las aceras: al recorrerlas parecía caminar dentro de sí
mismo para rescatar su vida de antes, su vida ligada al pueblo estancado en un tiempo de soledad, eso parecía.

No hablaba. Pero cuando le preguntamos:

- ¿ D ó n d e estuviste? ,

propició sus ojos, tendió la mirada como una pantalla grande, y todos vimos historias vividas en mares y tierras no conocidos antes por ojos distintos a los suyos.

Únicamente de lejos seguimos su paso. Nada quedó sin que lo repasara cuidadosamente. Sólo al perderse de nuevo con andar difícil llegamos a saber que detrás no quedaban balcones ni macetas ni calles ni historia, y que todo comenzaba a parecerse a un gran olvido. Porque el hombre, al
salir, se llevaba el pueblo en su mirada.



ANTEPASADOS

Los contados viajeros que atraviesan el páramo hablan de un pueblo fantasma. Entre largos silencios, frente al fuego que da calor a su fatiga y su asombro, tratan de hilar una historia de sueño y pesadilla. Al narrar, ellos mismos parecen habitantes de aquel pueblo fantasma.

-Hacía tanto frío, que era necesario recordar intensamente un buen tiempo de calor para contrarrestar las heladas.

Si llamaban:
-¡Sol! ,
la palabra sol apenas alumbraba un trecho del camino más cercano a la voz y nunca llegaba a producir sombra ni tibieza. Porque no había calor. El calor era nostalgia de un sol que, según leyenda callada, existió un tiempo sobre los eriales ateridos.

—Había tanta deshabitación, que sus habitantes, alejados, tenían que concentrarse en el recuerdo de otros seres para no morir de soledad.

Si llamaban:
- ¡Roberto! ,
la palabra no lograba traer claramente la figura. De cuando en cuando una silueta borrada era la sola respuesta. Porque no había presencias, y el llamado invocaba únicamente vacíos: en el sueño, en el recuerdo de lo jamás sucedido, en el eco dormido de la propia voz.

-Había tan pocas alas en el aire, que si alguna se atrevía contra el viento, los suyos eran aletazos de protesta.

Si llamaban:
- ¡Pájaro! ,
moría un silbo en las vertientes apeñuscadas, en forma de despedida. Porque no había pájaros. Sólo en sus recuerdos cruzaban dos o tres, grises y torpes, incómodo el vuelo en esos recuerdos desesperados. -Había tal escasez de agua, que debían calmar sus sedes en la evocación de arroyo distantes.

Si llamaban:
- ¡Arroyo! ,
la palabra se iba humedeciendo en un camino de bruma y arena. Allí acababan las sílabas, sin llegar nunca a ser lo que nombraban. Porque el agua era presencia de la sed, rumor de corrientes ajenas sobre rocas en espera inútil. Algunas ausencias de peces saltaban con chapoteos de aire
seco.

—Había tanto silencio, que trataban de inventar canciones traídas por la memoria. Pero nadie sabía cantar, porque también su voz se hizo para el silencio.

Si llamaban:
- ¡Canción! ,
apenas sí un leve llanto escondido parecía temblar entre los chamízales. Porque tampoco había voces. Callar fue otra manera de hablar a voz en cuello, sin posibilidad de silenciosos respondedores.

—No había árboles. El viento y las arenas volantes convirtieron en muñones lo que pudo ser ramazones al cielo.

Si llamaban:
-¡Árbol! ,
caían de ninguna parte hojas secas, sabedoras únicamente del vuelo de su caída.

—No había flores. Cada botón era fracaso último de últimos ensayos por florecer. Cada hoja tenía fuerza suficiente para alargar su agonía.

Si llamaban:
- ¡Flor! ,
un rubor se insinuaba al extremo de un tallo nacido para morir, porque el viento arenoso desteñía la posibilidad de cáliz o pétalo.


Así, poco a poco los habitantes fueron desapareciendo de frío, de soledad, de sed, de silencio, y las palabras se confundían, desamparadas en el paisaje.

Sólo un sobreviviente alcanzó a experimentar las primeras sensaciones de calor, de compañía, de aguas abundantes, de pájaros, de voces y baladas amigas.

Al morir supo que en adelante existiría esa región creada por la angustia, por el recuerdo apretado, por la sed y la muerte. Sobre su roca hizo desgonzar una esperanza última al entrever un sitio amable fabricado a lo largo de tantas invocaciones desgarradas. Alcanzó a escuchar la fuga del silencio, el sonar de un arroyo que brotaba entre las rocas del páramo, la suave caída de un sol que entibiaba silbos recién llegados y grupos de jóvenes cantando canciones primeras.

Así se formó aquel extraño lugar. Los contados viajeros que logran atravesar el páramo hablan de sombras y luces y árboles y personas y animales soñados por una gran desesperanza.



EL TORO COLORADO

—"El rojo atrae al animal de lidia" —me dijeron. Además, el olor de la sangre los perturba hasta su mugida desesperación.

No me pareció más espectacular de lo que podría ser cualquiera otra característica en la vida del hombre o del toro, animales bravos. Sólo cuando descubrí aquel ejemplar rojo en la ganadería abandonada, la advertencia recobró sus dimensiones.

—Mucho más allá del Farallón, hacia las tierras bajas. Había muerto a cornadas; me dislocó el día pensar hasta qué punto sufrió el animal odiado por los suyos; su color dramático, que forzaba
también la sensación de sangre, fue el centro de la rabiosa agresividad. Debió morir peleando su bravura -el cuerno derecho estaba zafado de la r a í z -y en derredor del cuerpo caído seguían las huellas pantanosas de las pezuñas al repeler el ataque por todos los flancos.

Bien pudo ser exagerado mi sentimiento aquella tarde; bien pudo ser mentira lo que me contaron de los toros de lidia; bien pudo ocurrir de otra manera su muerte. Pero el resultado habría sido el mismo, porque yo necesitaba acomodar lo mío a cierto heroísmo de la desesperación.



EL SUEÑO DE LA PESADILLA

Cada noche pensaba un fragmento de su muerte futura. Al amanecer unía los fragmentos de sueño y reflexión, decaía su afán desorientado.


—Esta noche no soñaré —se dijo, pero el pensar que no soñaría con un pedazo de muerte lo hizo pensar en su muerte, y en la noche soñó otra pesadilla sobre lo que había pensado; al día siguiente pensó en su sueño, y ya no pudo detenerse el círculo.

Si con vigilias forzadas intentaba sustraerse al sueño, no podía repeler la idea de temor y muerte que intentaba expulsar. Así el cansancio se fue haciendo más visible: días y noches en vela impedían saber si soñaba que no quería soñar, si pensaba que no debía soñar, si soñaba y pensaba en morir, si moría por pensar que no debía pensar en el sueño ni en la muerte.
Sólo cuando lo hallamos totalmente inmóvil —casi eterno— entendimos cómo el despertar era otro regreso de la pesadilla.



PROFETA DEL PASADO

Según sus palabras, la historia es algo que tiene memoria: nosotros sólo tratamos de recordar lo ya efectuado; por eso, lo que estamos viviendo es un recuerdo de lo vivido; nos acercaría a esta posibilidad cierta sensación de pesadilla que despiden los acontecimientos.

En cuanto a la alucinación del futuro, se acerca al fuego fatuo, emanación de lo aparentemente escondido, porque todo pensamiento de futuro parece un regreso. Así corroboró que la historia es un ciclo y por lo tanto la posteridad queda atrás.

-Aunque ignoro dónde empieza este camino que da vuelta a la tierra, es el verdadero camino eterno, porque su futuro es su pasado: lo que está adelante es verdaderamente lo que ha quedado atrás.

Igualmente descubrió que el sueño podía ser verdad, pero de vez en cuando, ya que en muchos aspectos lo motiva el azar.

-Yo soy yo más lo que sueño, más lo que acepto: el sueño es prolongación de nuestras creencias.

En cambio, el recuerdo se acerca a lo verdadero; consiste en una distorsión del tiempo que los hechos deben sufrir: ellos existieron antes -existen-, pues todo acaecer es intemporal, de tal modo que no hay hechos pasados.

Con el fin de probarlo recordó públicamente el incendio de La Capilla Veraniega, y murió estoicamente en esas llamas.

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(LEER - click aquí: Introducciòn a "Las noches de la vigilia" - Manuel Mejía Vallejo)

(LEER - click aquí: Homenaje a Vìctor Jara - Manuel Mejía Vallejo)

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